25 de mayo de 2008

LA VERDAD NO EXISTE para aquel que no cree


¿Qué puedo saber?

Ante la pregunta ¿qué puedo saber?, lo único que sé es que puedo saber algo (la evidencia que queda ante la ignorancia, la docta ignorantia). Y si me pregunto ¿cuánto puedo saber? Sólo sé que puedo saber algo o bastante de muy poco. Es lógico para el hombre reconocer su limitación cognoscitiva, pero en el fondo aspiramos saber algo trascendente, sin hacer alusiones aún de algo sobrenatural, una verdad plena, que satisfaga nuestros sin sabores, la luz en plenitud, que no puede verse directamente por nuestros ojos, ya que quedaríamos cegados, es una verdad que solo puede ir filtrada y por ello nuevamente deja de ser absoluta. Entonces ¿Cómo puedo ver aquello que por mis capacidades me es imposible ver, si para verla me debe ser revelada pero a la vez queda parcializada?

Pero ante estas reflexiones y otras divagaciones, sólo queda en evidencia la alusión que nuestro lenguaje limitado hace a la “totalidad”, aquellos bienes inteligibles y muchas veces ininteligibles que tratamos de apresar y en el mejor de los casos conceptualizar, presuponemos la existencia de bienes perfectos, entelequias o modelos de lo que la realidad solo hace eco como sombras en la oscuridad. Es de esta manera que siempre aludimos en nuestras comparaciones a la totalidad, a lo absoluto, perfecto o ilimitado. Por ejemplo decimos: “ese hombre sabe mucho” y no decimos “sabe todo”; “la libertad tiene sus límites” ¿como si hubiera una ilimitada?; “el universo es infinito”, pero pretendemos delimitarlo con una palabra. Es de esta manera cómo cada idea que entra a nuestro pensamiento parece inalcanzable y cuando la tenemos ya no es la misma, la hemos delimitado, conceptualizado y por lo tanto parcializado. Con esto no quiere decir que deje de ser una verdad, pero no atiende a su causa primera, solo se habla de una parte, una verdad secundaria y periférica, y se hace imposible hablar del todo. Podríamos preguntarnos, ¿no es ilógico que tomemos como parámetro de comparación lo que no podemos comprobar?, lo ilógico sería pensar que lo podemos comprobar y lógico es aceptar que la totalidad es imposible abarcar, ¡ni con la lucidez de nuestras mentes!, porque en ese momento lo limitamos, delimitamos y lo matamos o en el mejor de los casos le ponemos cabeza, cerebro y lo humanizamos (“si lo burros adoraran a un Dios, este tendría orejas largas y duras”).

Esto quiere decir que la totalidad que nos embarga, está necesariamente fuera de nosotros, nos trasciende y a la vez nos acoge en su seno. Ante los cuestionamientos ¿el hombre puede llegar a una verdad plena?, ¿Puede alcanzar a un ser supremo? Desde que nos planteamos estas preguntas queda en evidencia que no, de lo contrario jamás hubiésemos formulado las preguntas de lo que nadie ha podido contestar, de lo que ya se sabe o de lo que nadie se ha atrevido afirmar. Entonces ¿el hombre puede llegar a la Verdad de alguna forma? La única forma sería que ella nos salga al encuentro y nos sorprendiese un día de estos por la calle. Tendría que darse un movimiento de orden descendente, es decir, lo imperfecto es imposible que de razón de lo perfecto (que lo pueda explicar), sino es necesario que lo perfecto se haga imperfecto, para que la verdad le pueda ser revelada, de lo contrario lo perfecto será chapuceado, humanizado e “imperfectializado”.

¿Y es que acaso esto ya sucedió?, ¿Hay alguna religión que reconozca algún movimiento de orden descendente?¿La verdad tiene que ser encontrada o revelada, de orden ascendente o descendente? Conozco una religión que habla de un Jesucristo, que se dice que es hijo de Dios Padre, con dos nqturalezas distintas e indisolubles, que fue Dios y hombre verdadero, segunda persona de la trinidad, un solo Dios, que una vez dijo en la historia de la humanidad: “yo soy el camino, la verdad y la vida” y ¿qué paso? Lo mataron, ¡ah, pero dicen que resucitó! Y creen que el supremo Dios trascendente es también el próximo inmanente.

Erick Spiegeler.

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