En todas las reflexiones humanas acerca del dolor y el sufrimiento nos encontramos siempre con explicaciones incompletas, equívocas o que no nos satisfacen del todo. De hecho el hombre que se coloca en la posición de creer poder desentrañar el sentido pleno del sufrimiento, corre el peligro de caer en ateísmos, negando la existencia de Dios, antes de concebir la existencia de un Dios malo, o podrá caer en una visión ilusoria y antropomórfica de Dios, tratando de justificar su acción en el mundo, por “justicia divina”, u otros valores que justifiquen su manera de proceder y nos cree una falsa seguridad inaplicable al todo el conglomerado de situaciones que nos presenta la vida. Además existe el peligro de crear otras construcciones teológicas o filosóficas que termina finalmente por apropiarse y hacer de un objeto a Dios.
El libro de Job, nos plantea la pregunta siempre difícil sino imposible de responder, ¿qué pasa cuando sufre un inocente?, ¿qué razones podemos esgrimir? Es una prueba más de cómo el pensamiento del ser humano en toda época es insuficiente para explicar el misterio inabarcable de Dios, para darle sentido al absurdo del sufrimiento. Es una cuestión que sólo puede entenderse a la luz de la experiencia, porque mientras tanto unos permanecen con una lógica implacable de las razones del por qué del dolor y el sufrimiento, otros constatan en la experiencia que no es tan fácil la cuestión.
Los tres amigos de Job se pasan defendiendo a Dios, sin darse cuenta que no es Dios quien necesita abogado defensor, sino es el hombre quien necesita que lo defiendan ante Dios.
El sufrimiento y el dolor es una cuestión intrínseca que acompaña al ser humano, inseparable a toda su existencia. Y ante esta realidad el hombre termina por darse cuenta que quizás no vaya encontrarle una lógica como construcción racional al sentido del sufrimiento, pero no lo hará sin antes haber luchado y emprendido una batalla de búsqueda, no sin antes haber preguntado impetuosamente a Dios, sin haber reclamado y acusado a Dios frente a frente, para finalmente, agotado, recibir esa luz, no como producto del esfuerzo intelectual, sino como revelación comprensiva y amorosa de Dios.
Ante el absurdo del sufrimiento y el dolor, Dios no nos enseña el por qué del sufrimiento sino nos muestra el cómo vivirlo, en Jesucristo. Es por eso que el acompañamiento en el dolor y el sufrimiento con el prójimo (entiéndase por prójimo de manera extensiva, no sólo el que nos cae bien), también se convierte en obra de caridad, en la mayoría de ocasiones será preferiblemente el solamente callar, el acompañamiento silencioso a cualquier forma de explicación o razón que peque de imprudente e impertinente en determinada situación.
Pero Dios no es ajeno a nuestro sufrimiento, sino que en Jesucristo hecho hombre, lo vive, lo padece y también se compadece del hombre, hasta tal punto de llorar por su amigo Lázaro (Cfr. Jn 11, 35), ¡Jesús conoce el dolor y vive el sufrimiento!
Jesucristo nos enseña el camino de la redención por medio del sufrimiento, muestra que el sufrimiento si puede adquirir sentido, el sentido de la fidelidad al Padre (fidelidad de Jesús Hijo a Dios Padre) y por tanto nuestra fidelidad a Dios en el amor, el sentido de la salvación, el sentido de la liberación por el sentimiento más grande que puede mover al hombre, el amor, porque no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Cfr. Jn 15, 13). En fin se convierte en una oportunidad para revestir de certeza y autenticidad el amor por los demás, porque estampa su sello de permanencia en el amor aún en las circunstancia más difíciles de la vida, como juran marido y mujer en el altar: “En la buenas y en la malas, en la salud y en la enfermedad…”, porque aunque el sol deja de brillar para unos y desaparezcan las sombras, el que ama permanece aunque le desfavorezca y para el que padece la penumbra de los avatares hirientes del dolor, puede convertirse como Job, dubitativo e impaciente, pero incólume en la fe, aunque no halle una explicación.
Dios no es ajeno a nuestra condición frágil y debilidad humana, ya que fue el mismo quién nos creo y es consciente de nuestra debilidad y más aún para mostrarnos la más alta y excelsa vocación del hombre, se hace uno de nosotros, renunciando a sus prerrogativas divinas (Kénosis), para mostrarnos el Camino, el camino más humillante y doloroso, pero libre en el amor, el camino de la Cruz, ese camino que es puente para la resurrección, pero que no se puede llegar a la resurrección sin antes pasar por el Gólgota.
El sufrimiento es uno de esos misterios que el ser humano esta determinado a vivir, y que en definitiva es el absurdo, pero que a la vez nos une con el género humano, que nos lleva a compadecernos por el hermano y que hace relucir y sacar lo más bueno y profundo del ser humano en la peores circunstancias, la autoinmolación, la misericordia, el amor por el que sufre.
Erick Rodrigo Spiegeler Herrera
1 comentario:
Tu ensayo es muy profundo y está elaborado a la perfección, nunca imaginé que escribías así.
Me parece muy acertado lo que planteas sobre el sufrimiento y el dolor. De una forma ilógica y poco comprensible es lo que realmente nos hace más humanos y nos da la oportunidad de servir, de entregarnos a los demás como Dios mismo siempre lo ha hecho.
Me gustó también bastante el hecho que hicieras contraste de que nuestro Prójimo no es aquella persona que nos cae bien o con la que simpatizamos, sino todos/as aquellas que nos rodean, sean buenos o malos a NUESTRO parecer.
Me estaré dando vueltecitas a menudo por acá, creo que de tus escritos hay mucho que aprender.
Bendiciones,
Espero verte más a menudo en Pueblo Nuevo.
Milagros García
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