22 de septiembre de 2011

La Ley Interna del Amor I

Himno al Espíritu cristiano libre en el amor

Sopla un viento fuerte,
un aire fresco lleno de vida,
viene anunciando la muerte
de una ley que nos ha dejado la herida

No está en el cumplimiento la alegría,
sino en el insuflo del amor que toca las entrañas,
porque termina solitario, cristiana melancolía,
el que cree que por sus fuerzas se salva

Por gracia te toca, el alma y la fe,
la ley interna de Cristo de amar sin deber,
no la ley moralista de cumplir por querer
que de fuera insistiendo te exclama: ¡esclavízate!

Unos creyendo ser libres externamente,
son esclavos de impulsos carnales,
se recrean y revuelcan en su mente
royendo como gusanos terrenales,
cuando hay esclavos libres internamente
que no provocan en ellos intempestades infernales


El cristiano busca desesperadamente un Dios al que rendir cuentas y se dice: "Esto he cumplido, esto he realizado", seguimos en el fondo como judeo-cristianos en la alianza del antiguo testamento..., contractual, bilateral, sinalagmática. Ese pacto no se rompió por rescisión o revocación suya [Dios] sino porque no era viable, no era deseable, ni siquiera recomendable para nosotros llenos de incompati- de-bilidades. Por eso, un Dios que no concibe ya su existencia sin nosotros, tenía que acudir al simbolismo esponsal del amor, para que le entendamos, lo quiere [un amor] perpetuo, firme y libre de toda coacción y vicios en el consentimiento. Perpetuo, para después justificar su siempre presto y dispuesto perdón a nuestras múltiples infidelidades. Firme para mostrarse solemne, auténtico y sin contrariedades. Y libre, para poder optar con nuestro pleno consentimiento. Una alianza vulnerablemente equidaría, digo vulnerable, facilmente quebrantable por nuestra parte, un riesgo que solo esta dispuesto a tomar un Dios enamorado.


Pero para ello, querido lector, tenía un plan (no es retórica), para que se cumpliera la alianza y perdurara por siempre, recíproco y bilateral, en una pequeña cláusula del acta, de esas escondidas al final del contrato, en cursiva, grisácea y letra pequeña, estipulaba lo siguiente: "mandar a su hijo, amarnos en su hijo, sufrir en su hijo y con su sangre y muerte cerrar el pacto de amor, todo con él y en él, en Dios hijo. Luego dejarnos con la participación de su Espíritu al volver de vencer a la muerte, para capacitarnos a amarlo a similitud de su gran amor, como hijos, erigidos de Dios, por ser hermanos del que quiso hacernos sus hermanos, Cristo. Que se resume en hacernos como dioses - a su imagen y semejanza-, en el amor y en libertad, fortificándonos por la gracia nuestra débil voluntad, pero convincente a una respuesta honesta y sincera de cara a Dios".


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