12 de junio de 2008

Sortilegio

A ella, quien sin demasiado esfuerzo se alojó
en los dos recintos que enloquecen a un
hombre: la ternura y los instintos.

Sortilegio

Con esa mirada de matices sensuales me vino a arremolinar la sangre. Y no fue un asunto de estricto deseo, vino a constituirse más bien como un tibio vapor semejante a aquel antiguo sentimiento que sonroja al corazón. Rostro gitano, morena linda, está alborotando de nuevo mis nostalgias, cuando por fin se habían calmado. Pero no importa, se siente bien pensarla en las noches de luna, o quizá escondido tras el ruido de estas lluvias grises. Es emocionante, le añade color al claroscuro pluvial, desnuda a la monotonía y la viste de ilusión.
Tiene esa condición de aparecerse en los pequeños detalles y secuestrar mis ideas. Surge de un recuerdo, de una metáfora, de una palabra. Tal vez de un eco sincopado de su voz. O quizá simplemente de la nada, cuando a mi mente se le antoja imaginarla. Las cosas estaban tranquilas en mi apartamento sentimental, pero se asomó ella, sin mayor introito, casi de puntillas, sigilosa, y empezaron de nuevo los desvelos, esta vez teniéndola a ella como la sombra de la noche, y a la mirada de esos ojazos suyos como la corriente que electrocuta mi alma y le impide dormir.
Van cayendo en silencio unos cabellos largos que se ondulan en una danza apasionante que embelesa. Son las olas del mar oscuro de su melena, son sus rizos morenos en un vaivén tridimensional. Y me enamora. Ojos hipnotizantes de mujer linda, me van robando el corazón y con un miramiento indirecto liquidan la poca tranquilidad que me quedaba. Le descubro una mueca, le encuentro un lunar, me imagino algún desconocido secreto que he de descubrirle con el tiempo. Y poco a poco, mientras habla y me cuenta algo nuevo, mientras me pierdo en la travesía inefable de encontrar otro enigma suyo para conocerla mejor, voy construyendo una metáfora: “Parece una caja de Pandora.” Las ansias de saber sus misterios desaparecen de golpe porque su aroma recala en mí y el hechizo olfativo lo desploma todo, la veo a contraluz y nada importa puesto que su perfume ya anestesió completamente mi sistema nervioso, todo carece de sentido, el único pensamiento que me azota es aquél que me recuerda que ella está ahí y yo puedo respirarla. Y doy gracias por ello. Transcurre el tiempo y mi olfato se va acostumbrando a lo mágico. Por fin, la autonomía sensorial vuelve a sus legítimos poseedores, los sentidos comienzan a ordenarse hasta encajar de nuevo en sus respectivos recintos encefálicos, y ya que la bóveda craneana retorna a su estado natural, regreso a verla. Pero esta vez la observo, la examino con el vértigo cansado que es el único vestigio sobreviviente de la incisiva dictadura que instauró la revolución de sus olores sensuales. La observo y sin poder comprender aún cómo, me doy cuenta que me gusta. No sé si es una concepción generalizada, si es una de esas verdades absolutas, o sólo un argumento subjetivo de mi mente, pero sea lo que sea, mis ojos la ven y me dicen que es linda. Y la vuelvo a mirar, esta vez en un ángulo distinto, entonces me doy cuenta que no es una cuestión de panorámica ni de puntos de vista, yo la veo linda aquí y en la distancia, y no hay manera de poder persuadir a mis ojos de lo contrario, porque ellos ya están convencidos, la ven y me dicen sin temor a equivocarse que es hermosa.
Ahora hay un mutismo imperturbable, es que existen momentos en la vida (y quizá esté frente a uno de ellos) en que uno debe callarse, en que se deben aprisionar las palabras y no decir nada. Y no hay que empezar a hablar sino hasta que esté uno completamente seguro que lo que va a decir es más hermoso que el silencio… El tiempo discurre en voz baja y yo sigo sin emitir sonidos. De pronto vuelvo a sentir la necesidad de decir algo, esta vez sin mayor escándalo, pero decirlo al fin de cuentas, y romper esta armonía silenciosa así, sin más. Me lo digo a mí mismo, y con tal serenidad, que me resulto convenciendo. Probablemente sea arriesgado, quizá hasta resulte ingenuo, pero es una aseveración honesta, auténtica, que no adolece de vicio. Es una premisa consagrada para romper el silencio, es mi verdad más reciente, tal vez no sea absoluta pero es mía, y eso hace que valga la pena decirla. Si no lo hago ahora, quizá no me lo perdone nunca.
La afonía se va desintegrando lentamente, al compás de la parsimonia con que susurro mi verdad: “Ella es linda, y me está robando el corazón en silencio.”

Jorge Mario De León Juárez (Chino)
Guatemala, 19 de mayo de 2008

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