Cuando una persona se acerca a Jesús de Nazaret (sea por fe, admiración, simple curiosidad e incluso por antipatía), se termina haciendo una pregunta ¿Qué tiene ese hombre para ser considerado Dios mismo? ¿Qué tiene que quien se acerca a él, aún cuando no termine proclamando la fe en su divinidad, termina por tenerle en cuenta como referente de humanidad y de comportamiento ético?
La respuesta tiene que ver con el contenido de su predicación: Dios. O mejor dicho el plan de Dios para la humanidad. En términos de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) estamos hablando del Reino de Dios (de los cielos según el autor).
El Reino de Dios, como categoría religiosa, nos conduce a la memoria y a la praxis de la intención que habita en el corazón de Dios, por ello decimos que la predicación de Jesús no es otra cosa que relanzar el por qué y para qué de nuestra creación.
El evangelio de Juan que hemos escuchado este IV domingo de cuaresma esta, de alguna manera, en sintonía con lo que hemos dicho. Dos frases importantes nos hablan del plan de Dios desde la vida de Jesús:
· Todo el que crea en él tendrá por él vida eterna (vv. 15)
· No envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él (vv. 17)
Fuimos creados para la vida, eso significa que atender y acercarnos a Jesús implica un compromiso real con la VIDA, no solo la nuestra sino la de cualquier ser humano que viva en condiciones que no ameriten llamar a su existencia vida digna (entiéndase pobreza, sufrimiento, exclusión, violencia, etc.).
También significa que, aceptar ser parte del relanzamiento del plan de Dios, exige de nosotros aprender a ver el mundo con otros ojos. Otra forma de mirar es posible desde el mensaje del Evangelio. Una mirada compasiva, misericordiosa, que posibilite la transformación del mundo, porque éste -con sus gozos y esperanzas, tristezas y angustias (GS 1), bajezas y grandezas- es expresión de una creación que gime y espera (Rom 8, 18-23) alcanzar la Vida que le ha sido prometida. Porque la expectación de un mundo diferente hace que la condena no sea el eje del plan de Dios, el eje del plan de Dios es y será siempre la salvación.
Sólo queda una pregunta: Nuestra conversión cuaresmal ¿nos está llevando por un camino de compromiso con la Vida y con otra forma de mirar y actuar o seguimos quedando sin descubrir que apuntarse al relanzamiento del plan de Dios exige un compromiso real y transformador con lo humano, con el mundo?
Fray Mario Torres, op.
fraymariotorresop@gmail.com
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