Nos encontramos en tiempo pascual, es decir, el período litúrgico que va desde el domingo que celebramos la resurrección de nuestro Señor Jesucristo hasta la Ascensión a los cielos (40 días después) y el domingo de Pentecostés (10 días después de la Ascensión).
Jesús ¡Verdaderamente resucitó!, porque como dice San Pablo “Y si Cristo no resucitó, vana sería nuestra fe” (1 Cor 15, 17).
Lo que para unos es el mito de la tumba vacía, se convierte para nosotros en el signo incontrovertido de la fidelidad de Dios Padre, quien resucita a su hijo.
Y esta fe pasa por la sangre de los primeros cristianos que ante la pregunta de si eran cristianos, prefieren morir en el nombre de su fe en Jesucristo antes que mostrar en su semblante cualquier signo de duda. ¿Cuántas personas hoy, estarían dispuestos a creer, con todas las consecuencias que eso conlleva? Sólo quien ha vivido la prueba objetiva de la fe, de su indubitable convencimiento en la resurrección de Jesucristo, puede decir Amén.
Por eso hoy en día somos más de un billón novecientos cuarenta y tres mil treinta y ocho millones de cristianos en el mundo (1,943,038,000). Porque nuestra fe se fundamenta no en una suposición, sino en un acontecimiento, en donde el evangelio no nos dice como fue sino que sucedió.
En dónde estamos nosotros, como Tomás que dice: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 19-31), o en el grupo de los segundos cuando Jesús dice a Tomás: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”, ¿Somos de los que le pedimos al Señor pruebas para creer? Porque como dice en la Carta a los Hebreos 11, 1: “fe es la certeza de lo que se espera: la prueba de las realidades que no se ven”, no seamos como los murciélagos y las lechuzas, que sólo ven el cielo de noche y como si pretendieran disputar el cielo a plena luz del día, contra la águilas, que miran al sol sin pestañar [1].
Por eso“se cree en el señor resucitado, y el señor resucitado se aparece a aquel que cree”.
[1] Analogía utilizada por San Anselmo de Catenbury.
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