8 de octubre de 2011

Orar II. Orar - llorar

"Anota en tu libro mi vida errante,
recoge mis lágrimas en tu odre,
Dios mío" (salmo 56, 9)










No es mi intención con esta serie de publicaciones ofrecerles una teología profunda de la oración, ni tan siquiera prescribirle un sin número de recetas para mejorar su oración, principalmente porque creo firmemente que orar no puede ser reducido a un método, ni es producto de un esfuerzo humano, sino es puro don, ¡¿cómo así?! Sí, así… a secas, es dejarse llevar por la sutil briza del Espíritu Santo que mueve en el interior, a eso que los místicos han denominado como contemplación, y ojo, que no por llamarl místicos a los que practican este “tipo” de oración, se me confunda y el lector tome por bien pensar que es cosa de unos pocos "selectos" (VIP) de Dios, o de personas excepcionalmente espirituales. Repito es puro don y además es para todos, es más, el ser místicos no es algo que se adquiera o que se a dado extrínsecamente, sino más bien es algo innato a todo ser humano. Que  somos seres con una dimensión espiritual, es una afirmación casi innegable. Es esa capacidad, aptitud, que tenemos de desear y anhelar entrar en relación con el misterio, con lo infinito, con lo supremo, con lo trascendental pero a la vez inmanente, que brota ante la extrañez del “ser” humano que se siente colocado ante un mundo dado. En definitiva es ese deseo de felicidad plena, de colmar nuestros anhelos más profundos que cohabitan junto a muchas otras preocupaciones en el corazón de todo ser humano.
Pues bien, lejos de toda fundamentación teorética, quiero compartirles experiencia de vida, de esa necesidad que ha brotado en mí interior, en donde mi alma agostada y reseca de agua, busca ese manantial de vida que se nos comunica en la oración. Quiero compartir lo que en mi experiencia ha sido una forma consoladora de orar. No sé si le ha tocado hermano, pero para mí, pocas veces he podido conjugar los sollozos, al compás poco agradable del ir y devenir de las flemas y el respirar-suspirar de quien se siente siervo inútil, de un hombre, que como todo hombre, llega el momento en que se siente débil y miserable y se dispone a compartir ese momento de pequeñez con la magnánimidad del Todopoderoso o aquello al que apelamos superior, cuando brota eso que yo llamó "instinto de supervivencia espiritual", la fe.
No hay mejor forma que orar-llorar para ser consolado. Simple y llanamente llorar frente al altar, postrado ante el santísimo, pecho y rostro en tierra, en presencia del Buen Padre Dios, emulando quizás aquella impactante pecadora que narra el evangelio, quien con sus lágrimas que se escurrían entre sus cabellos enjuagaba los pies de Jesús (Cfr. Lc 7, 38).
Por tanto no son lágrimas de reclamo, como quien ha sido despechado, tampoco de súplica y petición de auxilio tal cual desesperado, ante todo porque te sienes presente ante el que es bienhechor de todos, padre misericordioso, que antes de que le presentes tus preocupaciones, -y lo que sea para tu bien-, está siempre en disposición pronta y cumplida a concedértelo (claro habra que matizar que tipo de Dios por interés buscamos). En realidad más que todo aquello, es llorar como Jesús lloró, actualizar esas lágrimas del que también se compadeció y sufrió. Se trata de buscar presencia, companía, de mostrarse tal como te sientes, si es destrozado..., destrozado; si es angustiado…, angustiado…,; si es con inmensa felicidad y gratitud, ¡bendito sea Dios! y prorrumpir en sollozos y dejar que el transcurrir de las lágrimas vaya fraguando las heridas de nuestra finitud. Hay, por tanto, que hacercarse al calefactor para ser irradiado, dejarse destellar por la luminosidad del que es luz y vida nueva.

En fin, que rico es dejarse consolar por Dios, si ya de por sí llorar con un amigo te consuela, que mejor que hacerlo con él, que te llama amigo, pero no amigo en su accepción "light" muy en boga, sino unido a la solidez de su argumento y coherencia de vida, "no hay amor más grande que él que da la vida por sus amigos..." (Jn15, 14-15).
Pues bien orar llorando o llorar orando, -como a usted más le guste-, está también, muy bien... fantásticamente bien de hecho.
Continuaré…


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