13 de noviembre de 2011

“La vida te regala siempre, una segunda oportunidad”, concluíamos hace exactamente una semana (de esto hace un mes) con mi colega Carlos, insertos en el vagón de un metro, en una cuasi exacta locación. Y hoy, una semana después mientras volvíamos al mismo tema, en esta ocasión le ratificaba que en esa misma mañana, la vida me había regalado una segunda oportunidad, tanto me resultaba curioso, que me podía imaginar al azar estar confabulado con el espacio y el tiempo, y parecían reírse en sincronía al momento en que nos percatábamos que aquella afirmación acontecía nuevamente en mi vida, un deja vu providencial si se quiere…



Recordará estimado lector, aquel “post” que titule “De cara con Dios – Darse de bruces con la realidad”, en donde apuntalaba con duras palabras al final del mismo, sobre ciertas cosas que me arrepentía no haber realizado en mi vida; una de ella había sido la de no intercambiar mi zapatos con aquel rumano renco que mendigaba en la acera de una calle. Pues bien, hoy, en circunstancias poco probables, la vida me regalaba una segunda oportunidad en el encuentro con aquel hombre. Nunca mejor esta frase pronunciada hace una semana, que abigarraba una intuición, -allende a la común experiencia que nos muestra la vida-, porque no me dejará mentir y mucho menos se atreverá a negar que nunca le ha pasado, “eso de que la vida nos regala segundas oportunidades…”, estas que se encuentran concatenadas al infinito de las causas, de las ínfimas y remotas posibilidades de que te sucedan otra vez, pero que sin razón y de hecho simplemente un día se dan. Igualmente no creo que la vida tenga recato en concederlas. Incluso en el plano de la fe me consuela saber que siempre tengo segundas oportunidades ante mi errático y vacilante proceder ante el Dios de la vida... el que me salvo y me dio la vida.

En concreto ¿en qué consiste la afirmación de que la vida te regala segundas oportunidades?
Tener una segunda oportunidad la defino como la posibilidad futura, aleatoria y estadísticamente poco probable, que a la luz de la reinterpretación de un evento pasado en donde no hiciste algo que hubieres querido realizar... incluso retroceder el tiempo, pero que en el futuro sin buscarlo, se nos presente una segunda ocasión que nos permite esta vez realizarlo y reivindicar nuestro querer. Por ejemplo, siempre recordare aquella tercera oportunidad que me regalo la vida de encontrarme aquella mujer hermosa, que en el primer round que me dio la vida, ni siquiera alcance interceptarla con una mirada, en aquel restaurante, en una noche x, hace x tiempo. A la que “casualmente” me encontraría una semana después en un lugar al que yo  recién comenzaba a asistir. Aquella dama que vivía a menos de un kilómetro de mi casa y había permanecido en el anonimato de mi consciente por casi 20 años de mi vida, de su vida. Pues bien esa segunda ocasión que también desaproveche, -aunque había jurado solemnemente no volver a desaprovechar si la volvía a ver-, La vida me dijo ¡Y toma! una tercera…, en la que siéndole franco, ella ayudo suavizando el encuentro primero con una leve y sutil sonrisa, que provoco un estado de abobamiento que me dejo sumido por largo rato a la impotencia de mi débil voluntad, simplemente apabullado por su belleza…, pero después de analizarlo y antes de salir del lugar me acerque y me lance a pedirle su teléfono. Admito: que podía perder si al día siguiente partía de viaje… eso definitivamente me ayudo. Pues aquella muchacha resulta una prueba más, de las múltiples ocasiones en que la vida se reía de mí, concediéndome la oportunidad.


Y ¡Hoy! nuevamente la vida me regalaba una segunda oportunidad, cuando vagando por las calles de Valencia me tope con aquel buen hermano, -el rumano a quién la semana pasada no le intercambie los zapatos quizás por miedo al que dirían mis compañeros-, lo encontré mientras se desplazaba desaliñadamente con sus dos piernas invertidas, en la torcedura de sus pasos trastabillantes… pase a su lado y deposite mecánicamente una moneda en su mano y continúe mi camino, todavía en ese momento, no me había percatado que esta era una de esas segundas oportunidades. “Ding, ding”, me resonó la campana y se me prendió el foco, ahora es cuando, a intercambiar los zapatos me dije. Oh sopresa la que me lleve cuando paradójicamente me percate que sus zapatos estaban en mejores condiciones que los míos, lo que me parecia un truque injusto, por lo que continúe mi campante camino, ya con la consciencia tranquila…, en lo que caminaba trataba de desentrañar lo que aquel furtivo encuentro me trataba de decir, mi andar como carretilla que se atasca en las piedras…, daba un paso, dos pasos, retrocedía uno y me saltaba dos, pero me detuve, volteé la mirada y ya no lo avistaba…, finalmente vi con claridad de pensamiento lo que significaba aquella interrogación de que si no soy capaz de intercambiarme los zapatos con un mendigo, ¿Cómo iba a ser capaz de "ponerme en sus zapatos"?”. Y me di cuenta que en ese momento debía entenderlo a la inversa, es decir, tenía que aplicar el sentido metafórico de las palabras y la única forma de “ponerme en sus zapatos” era buscar entenderlo, era escuchar su historia, era pasar de ser un desconocido a un hermano conocido, era sentarme y dialogar. Por lo que con toda naturalidad del caso me acerque y lo invite a desayunar conmigo.


Que descubrí de este hombre… No voy a contarles su historia para que se compadezcan, la verdad una historia dura, sin embargo no sentí ni lastima ni compasión, simplemente me sentí con un hermano platicando, entre su español machacado e italianizado y mi parlato italiano inventado, en el momento en que saco el tema de Dios, sugerido por él al ver mi libro de lectura bajo el brazo, solo bastó a lo que la palabra como signo intenta expresar lo inefable con un “uh/” gutural, él lo manifestó con un gesto, con el dedo apuntando hacia el cielo, con eso basto, estuve tentado en arruinar el momento e iniciar una predicación de esas por las que me caracterizo, pero se trabo mi lengua y como un niño imitando reproduje su gesto señalando hacia el cielo…, el silencio que vino después se prolongó ante mi perplejidad, estaba aprendiendo a hablar el lenguaje de Dios, el del amor, el del místico, en definitiva el mendigo lo hablaba mejor que yo, con más libertad, ¿Quién era yo sino un mendigo como él? ¿Mendigos hermanos en el amor? Errantes y tratabillantes, rogando por un par de monedas al creador.


Por eso te doy gracias Rumika, si de paso nos cruzamos en las puertas del cielo y ya estando seguramente vos del otro lado, recuérdame cuando te pida tu intersección con San Pedro para que me dejen entrar, porque “bienaventurados los que mendigan en la tierra, porque serán los herederos en el cielo”. Así es mi amigo Lázaro espero nunca caer en actitudes del rico Epulón, ya que soy yo quien mendiga con palabras la riqueza que ya hay en tu corazón.

1 comentario:

Leonardo A. Reyes Jiménez dijo...

He leído este artículo y me siento debido a comentar en él. Increíble hermano. Increíble...